
El pasado domingo 16 de septiembre, en Los Ángeles, se efectuó la quincuagésima novena versión de los reconocidos premios EMMY, ceremonia que premia lo mejor de la televisión estadounidense en cuanto a series, miniseries y programas de “variedad”.
El canal encargado de transmitir el evento de este año para Latinoamérica fue Sony, y lo hizo con una transmisión sólida, sin las torpezas de emisiones latinas previas como los cortes arrítmicos de continuidad o traductores en vivo que traducen 10 segundos después del original, y más encima todo titubeantes. No es que desmerezca la labor de los traductores, que sin duda debe ser compleja y laboriosa, pero en eventos como éste, yo preferiría no tocar el producto inmediatamente y esperar una semana para ponerle los mucho más cómodos subtítulos (tal cual lo hizo Sony).
Ahora bien, en cuanto a la ceremonia en sí, tuvo los elementos básicos que hacen de las entregas de premios americanas una verdadera marca registrada en el mundo. Un trabajo de la luz y de los tiempos envidiable, un diseño de escenario confuso pero creativo, (los presentadores se paraban sobre un escenario circular que era rodeado por todas las series nominadas de la noche), una alfombra roja que se atreve a explotar a tal punto la superficialidad de estas presentaciones, que en cierto punto nos parece hasta justo todo el despliegue que vemos ante nuestros ojos. En fin, una formalidad visual precisa como reloj, y rota magistralmente por un relato dinámico, humorístico y con leves tintes emotivos. Hay que reconocerlo; los gringos hacen de sus ceremonias una tragicomedia ejemplar del mundo del espectáculo. Espectacularmente falso. (como diría Hermes, solo setenta y tres millones de estrellas). La única falla fue, a mi gusto, el maestro de ceremonias. Ryan Seacrest (biografía en ingles) estuvo demasiado lento, parco, blando e inocuo. El live le pesó mucho, acostumbrado él a trabajar para un producto como American Idol, sobre el cual se ejerce una edición post-directo casi demencial. Los productores de estos eventos deberían irse a la segura, y escoger sólo a comediantes para este tipo de quehaceres. Los actores son mil veces más versátiles que los simples presentadores. Ya lo han demostrado genios de la comedia como Billy Cristal, Ellen Degeneres, Conan O’ Brien o Robin Williams, por nombrar sólo a algunos (a Bob Hope no lo vi, pero me dijeron que era el mejor).
El canal encargado de transmitir el evento de este año para Latinoamérica fue Sony, y lo hizo con una transmisión sólida, sin las torpezas de emisiones latinas previas como los cortes arrítmicos de continuidad o traductores en vivo que traducen 10 segundos después del original, y más encima todo titubeantes. No es que desmerezca la labor de los traductores, que sin duda debe ser compleja y laboriosa, pero en eventos como éste, yo preferiría no tocar el producto inmediatamente y esperar una semana para ponerle los mucho más cómodos subtítulos (tal cual lo hizo Sony).
Ahora bien, en cuanto a la ceremonia en sí, tuvo los elementos básicos que hacen de las entregas de premios americanas una verdadera marca registrada en el mundo. Un trabajo de la luz y de los tiempos envidiable, un diseño de escenario confuso pero creativo, (los presentadores se paraban sobre un escenario circular que era rodeado por todas las series nominadas de la noche), una alfombra roja que se atreve a explotar a tal punto la superficialidad de estas presentaciones, que en cierto punto nos parece hasta justo todo el despliegue que vemos ante nuestros ojos. En fin, una formalidad visual precisa como reloj, y rota magistralmente por un relato dinámico, humorístico y con leves tintes emotivos. Hay que reconocerlo; los gringos hacen de sus ceremonias una tragicomedia ejemplar del mundo del espectáculo. Espectacularmente falso. (como diría Hermes, solo setenta y tres millones de estrellas). La única falla fue, a mi gusto, el maestro de ceremonias. Ryan Seacrest (biografía en ingles) estuvo demasiado lento, parco, blando e inocuo. El live le pesó mucho, acostumbrado él a trabajar para un producto como American Idol, sobre el cual se ejerce una edición post-directo casi demencial. Los productores de estos eventos deberían irse a la segura, y escoger sólo a comediantes para este tipo de quehaceres. Los actores son mil veces más versátiles que los simples presentadores. Ya lo han demostrado genios de la comedia como Billy Cristal, Ellen Degeneres, Conan O’ Brien o Robin Williams, por nombrar sólo a algunos (a Bob Hope no lo vi, pero me dijeron que era el mejor).
1 comentario:
wena!..yo también los vi y tienes toda la razón... sólida emisión!!.. muy interesante tu blog, lo voy a agragar a mis favoritos! espero lo actualices dí a día porque lo visitaré diariamente!
Felicitaciones!!!!
agrazos!
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